A la 01:24 de la madrugada del martes empecé a practicar con una técnica llamada “meditación sin esfuerzo”, lindo oxímoron para los que intentamos meditar hace tiempo. La propuesta era intentar dejar de pensar en problemas por algunos minutos, no dejar de pensar por completo, como suele ser el objetivo más avanzado de la meditación.

Varios minutos antes yo me había levantado de la cama sabiendo que no iba a poder seguir durmiendo, justamente por pensar en varios problemas, que es lo mismo que hacerse preguntas, como: ¿Debo llamar de nuevo hoy a un cliente que no me contestó hace dos días por algo que quería contarle? ¿Por qué me da esto de no poder dormir, que me da de vez en cuando, justo ahorita que estoy enfermo y necesito dormir más? Ya que me voy a levantar, ¿qué libro debo leer que sea suficientemente aburrido como para que me dé sueño de nuevo?

Recordé todo esto justo cuando empezaba con esta sesión de “meditación sin esfuerzo” y de inmediato confirmé que tenía sentido. En efecto, no sólo cuando no pude dormir, sino casi todo el tiempo yo, y creo que casi todos, nos estamos haciendo preguntas y tratando de resolver problemas. Hice un esfuerzo por no pensar en ningún problema y creo que lo logré por un par de minutos, pero luego empecé a pensar en cómo podía explicarle esto a alguien más, y a continuación me di cuenta que estaba haciendo justo lo contrario a lo que la técnica pedía.

Entonces decidí intercalar mi tiempo: unos minutos a no pensar en problemas y otros a usar mi “yo pensante” (así le llama la técnica a esta parte de uno) a entender si todo se reduce a dos estados: pensante y no pensante.

Llegué a la conclusión de que estos dos estados del ser se pueden dividir a su vez en dos cada uno: el “yo pensante” puede estar pensando en alguna estupidez, cómo qué ropa comprarse o qué tiktok ver, pero también puede estar pensando en el origen de la vida, el movimiento de los astros o en la dualidad pensar/no pensar. Por otro lado, el “yo no pensante” podría tener una modalidad en la que uno simplemente percibe (que creo es lo que busca la técnica de la que hablo) y otra modalidad en la que uno simplemente “es”, que yo entiendo como el fin real de la meditación.

Tenemos entonces cuatro estados posibles: pensar en estupideces, pensar en algo productivo o asombroso, no pensar para percibir, y no pensar para ser. Lo increíble es que casi todo el tiempo estamos en el primer estado, cuando podríamos estar muchísimo más en el segundo, una buena parte en el tercero, percibiendo y disfrutando, y ojalá, al menos unos instantes en el cuarto, simplemente siendo.

No digo que sea fácil pero el primer paso para cambiar es tener opciones, y tenemos 3 buenas, de 4.


Suscríbete y recibe más contenido como este: