En meditación un mantra suele ser un sonido o frase que puede ayudar a uno a sumergirse en la consciencia, reduciendo las distracciones externas. Básicamente funcionan porque al concentrarnos en estos objetos de impresión, básicamente ya no nos queda atención para otros elementos.

A mí me gusta pensar el mantra como una especie de ancla que te ayuda a sumergirte en el fondo de un océano, para lo cual no tenemos todavía la capacidad. Esta ancla, básicamente por el peso, puede hacer casi todo el trabajo, quedándole a uno sólo la tarea de asirse fuertemente.

Recién descubrí que un mantra podría ser alguna otra sensación perceptible por nuestros sentidos: un aroma, una textura o alguna sensación interna como la que puede generar un órgano. Todas estas pueden atraer nuestra atención en suficiente grado como para poder abstraernos, pero creo que deben cumplir un requisito clave: ser placenteros. Sino imagina cómo concentrarte percibiendo un olor muy desagradable, tocando algo espinoso o con dolor de estómago.

Pero esto del mantra es extrapolable a actividades que no tengan que ver con meditar. Simplemente piensa en aquellos objetos, ya no necesariamente sensaciones, que a veces nos ayudan a hacer eso que queremos: un café mientras escribes algo, un dulce para recargar energías después del almuerzo, una caminata para pensar en algún problema o hasta poner el teléfono en modo silencio para evitar interrupciones.

Podríamos hacer casi cualquiera de estas actividades sin ayuda, pero la verdad es que es mucho más fácil con un mantra, que de hecho etimológicamente refiere a “instrumento”.

Un mantra no es un placebo, y menos un amuleto. Tiene que hacer algún trabajo, muy fácil para él, pero muy difícil para nosotros solos. Es probable que con la práctica sí puedas prescindir de tus mantras, pero mientras tanto, agárrate fuerte a ellos.


Suscríbete y recibe más contenido como este: