Era esta una escuela particular, pero como ocurre en general, los alumnos, pequeños todavía, se distraían con facilidad al primer estímulo. La profesora intentaba organizar la clase para avanzar con la enseñanza, pero era claro que debía hacer cambios importantes para lograrlo.

Recordó entonces que en otras clases alguien había organizado a los alumnos por niveles y así avanzar a ritmos distintos con cada grupo, más acordes con su naturaleza. Y justamente de esto trataba esta clase, de que cada uno desarrollara su naturaleza para ser quiénes debían ser.

El reto era enorme. Sentir y pensar con regularidad creían que estaban aquí casi para lo mismo, que básicamente era conectarnos con la realidad, pero notaban cómo a veces sus métodos eran distintos. Caminar, comer, dormir y hablar tenían un poco más claro su propósito, pero se aterraban cuando recordaban que a determinada edad, ya casi nadie pensaría en ellos. Ni qué decir de respirar, cuya presencia difícilmente alguien recordaba, a pesar de siempre estar ahí.

Componían también la clase los que se sabían un poco más exclusivos, en el sentido de que menos gente los conocía bien, como nadar, bailar y correr, y un poco más allá estaba sentado el grupo casi elite formado leer, escribir y escuchar. Ayudar andaba sola y todo el tiempo sentía frustración con esta condición. Meditar también andaba solo, pero eso no le preocupaba en absoluto.

Luego de una larga reflexión, y sabiendo que no tenía indicadores objetivos para esta clasificación, la profesora optó por usar este criterio: ¿viéndome a mí misma, quiénes diría que están en nivel básico, intermedio o avanzado? Quedando el salón así organizado: caminar, comer, dormir y respirar en nivel avanzado; bailar, correr, leer, escribir, escuchar, hablar y ayudar en nivel intermedio; meditar en nivel básico.

La profesora entendía muy bien que esta clasificación era subjetiva, sólo válida para ella, pero que el criterio no: cada uno podía organizar a sus alumnos en función al grado de esfuerzo que implicaba ayudarlos a ser ellos mismos.

A los alumnos avanzados no es que les dejara de prestar atención; todo lo contrario: necesitaban que de vez en cuando sean conscientes de ellos, y al parecer eso era suficiente motivación para que sean mejores.

Los alumnos intermedios requerían no sólo más atención sino más esfuerzo de la maestra para ayudarlos a crecer y ser mejores, aunque la maestra sabía perfectamente que al final era ella la que aprendería más de ellos.

Meditar sí requería un trato especial, pero simplemente porque no era entendido. No necesitaba mucho tiempo, pero sí el máximo esfuerzo cuando se estaba con él, sobretodo porque era claro que él sería el próximo y verdadero maestro.


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