Luego de dejar a tus hijos en el colegio tienes que hacer una llamada de trabajo mientras regresas manejando a tu casa. Apenas llegues tienes una reunión de trabajo y luego debes terminar de preparar una propuesta, para seguir con un buen rato de responder emails y chats, y posteriormente retomar las reuniones. No has empezado a almorzar y ya estás pensando en cómo negociarás un contrato importante por la tarde, en un email en el que recibiste una queja y en salir a recoger a tus hijos.

¿Te suena familiar?

Vivimos pensando en el siguiente paso y en los que le siguen a él. Cuando llegamos a alguno, ya estamos pensando en todos los que vendrán por delante. Es más, no solo los pensamos: algunos ya los estamos sintiendo.

Es cierto que planificar ayuda a organizar mejor tu tiempo y dedicarte a lo importante, para lo cual es necesario pensar un poco en el futuro. Pero es muy distinto pensar de vez en cuando en lo que habrá delante para afinar la dirección, que no vivir nunca en el presente.

Si estás caminando hacia algún destino que no conoces bien y consultas la ruta, estás planificando. Seguramente cada vez que llegues a alguna calle importante o pases por alguna referencia repasarás el plan para ver qué sigue, pero no es que con cada paso que das estés pensando en dónde voltear o cuánto falta para llegar.

Nos pasamos demasiado tiempo pensando en el futuro, que es como vivir en él, cuando la verdad es que la mayoría somos muy malos para predecirlo.

La única vida que realmente podemos vivir es la que está ocurriendo en este preciso momento, aunque ya pasó. Si tienes solo un instante infinitesimal para vivir, ¿vale la pena estar pensando en situaciones que no sabes si van a ocurrir?

Mucho menos de “siguiente”. Mucho más de “lo que tienes al frente”.


Suscríbete y recibe más contenido como este: