Mira tu escritorio. Muy probablemente tengas papeles, libros, adornos y cables, la mayoría de los cuales no necesitas en este momento y algunos de ellos que tal vez nunca uses.

Abre tu clóset. ¿Cuánta de la ropa que tienes ahí realmente usas? Probablemente solo una fracción de todo lo que esté ahí. Usualmente pensamos que tener dos pantalones verdes es mejor que uno, y guardamos prendas por si algún día nos pueden servir.

Revisa tu calendario. ¿Ves algún intervalo libre? Probablemente todo esté lleno de reuniones, muchas de las cuales no son indispensables sino innecesarias.

Coge tu teléfono móvil y mira cuántas aplicaciones tienes instaladas. Lo más probable es que realmente uses muy pocas. Tal vez las que más uses son aplicaciones de chats y redes sociales. Entra a cualquiera de ellas y luego de pasar un par de páginas piensa conscientemente: ¿cuánto de lo que has visto ahí realmente sirve?

Me faltarían líneas para seguir poniendo ejemplos de aspectos de nuestras vidas en los que acumulamos por inercia en lugar de simplificar. El ejercicio de revisar todo lo anterior te debe haber tomado algunos minutos, pero sin darnos cuenta, todo el tiempo lo repetimos: nuestra mente tiene que repasar todos los elementos de cada aspecto para finalmente tomar la decisión de coger un lapicero, vestir un pantalón, buscar tiempo entre reuniones y encontrar un post que valga la pena leer.

Nos encanta tener opciones, pero odiamos tener que elegir. Esto se resuelve minimizando opciones y maximizando nuestra satisfacción de necesidades con lo poco que sí sirve.

No es solo tiempo lo que estamos perdiendo por acumular, sino también espacio. Pero más importante aún: estamos perdiendo atención, que en general no es otra cosa que energía.

Imagínate si toda esta energía la empleas en prestar atención a las pocas cosas que tendrías al frente si te quedaras sólo con lo esencial.

Menos objetos, prendas, reuniones y aplicaciones son más energía para ti, para invertirla en las pocas cosas que sí importan.

En el colegio primero nos enseñan a sumar y luego a restar. El problema es que nos quedamos todo el tiempo sumando, cuando en realidad es más fácil, y mejor, restar.

Menos es más y la fórmula para vivir este principio es preguntarse todo el tiempo: ¿es esto necesario?


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