Creo que casi toda mi vida he tenido la necesidad de cuantificar todo lo que sea posible. Será porque me siento cómodo con los números o porque me parece que en ellos puedo encontrar información más valiosa que con solo alguna descripción u opinión.

En general, nos hemos convertido en una sociedad obsesionada con medir casi todo:

  • Conocemos nuestra talla, peso, índice de grasa corporal y hasta pulsaciones en este momento.
  • Algunos llevan la cuenta de cuántas horas duermen por día, hacen ejercicio por semana y aprenden idiomas por mes.
  • Otros llevamos el registro de cuántos libros leemos, cuánto tiempo le dedicamos a la lectura y en qué % de avance vamos con todos los libros que estamos leyendo.
  • En los negocios, la mayoría sabe cuántos ingresos genera, cuáles son los principales costos, qué cantidad de dinero le puede faltar para financiar algún crecimiento y cuánto tenemos en cuentas por pagar.
  • Y no faltan los preocupados por cuántos likes tuvo un último video o qué cantidad de “amigos” hay su redes sociales.

Es cierto que seguramente hoy medimos muchas más cosas que antes, principalmente porque tenemos más herramientas para hacerlo. 

También es verdad que hemos aprendido a valorar información cuantitativa para tomar mejores decisiones.

Pero, ¿no será que hay algo más en la condición humana que nos ha vuelto tan pendientes (o dependientes) de las mediciones?

Un poco de historia

Desde los inicios, los seres humanos hemos sentido la necesidad de medir y para ello hemos empleado lo que tenemos a la mano.

La longitud ha sido probablemente de las primeras dimensiones que hemos necesitado entender y por ello al inicio hemos utilizado partes del cuerpo para referirnos a alguna distancia, como el pie para longitudes cortas o la milla para distancias largas (los Romanos usaban el mille pasus para referirse a los mil pasos dobles que hay que dar para ir de un lugar a otro). <1>

Para el comercio siempre se ha requerido establecer equivalencias, de manera que podíamos intercambiar sacos de trigo por canastas de fruta, ya sea buscando correspondencia en peso, en volumen o valor. Estas definiciones, en su momento, permitieron entender cuánto pesaba una persona (2 sacos de trigo) o qué volumen tenía un cargamento (el equivalente a 20 canastas).

El tiempo es, sin duda, la dimensión más valorada en la actualidad. Pero hace cientos de años solo importaban los días, que era lo único sencillo de medir por tener la oscuridad de la noche de por medio. Alrededor del siglo XIV se empezó a utilizar la hora para medir el tiempo, pero en un inicio definida solo como un doceavo del día (era necesario medir las jornadas laborales) y con la invención del reloj empezamos a medir hasta el minuto (hoy el segundo es bastante común y sin contar experimentos científicos al menos llegamos a las centésimas de segundo en las olimpiadas).

Los incas llegaron a tener unidades de medida basadas en la naturaleza, como la rikra (braza), el kukush tupu (codo) o la capa (palma) <2>, pero de manera coloquial se empleaban expresiones tan curiosas como*:

  • Queda aproximadamente a un “tiro de piedra
  • Transcurrieron alrededor de unos 20 “latidos del corazón”
  • Nos tomó llegar hasta allá un par de “hervidas de papa”

Incluso, hace 300 años era posible encontrar medidas tan curiosas como un “peninkulma”, que en finlandés significa “la distancia a la que se puede escuchar un perro ladrando” (aproximadamente 5.3 kilómetros) <3>.

Entonces, sin importar cuándo ni dónde, los seres humanos siempre hemos necesitado cuantificar las cosas. Definitivamente hoy podemos hacerlo con más exactitud y precisión, pero es la necesidad de hacerlo la que ha despertado mi curiosidad.

Algunos conceptos

Empecé hablando de cuantificar y medir, términos que normalmente empleamos como sinónimos o al menos equivalentes, pero en realidad no lo son. Según el diccionario de la Real Academia Española:

Cuantificar: Expresar numéricamente una magnitud de algo.

Medir: Comparar una cantidad con su respectiva unidad, con el fin de averiguar cuántas veces la segunda está contenida en la primera.

Así por ejemplo, si digo que hoy peso 100 mientras hace una semana pesaba 80, se entiende que he subido de peso, pero no necesariamente qué significa 100, aunque ya estoy cuantificando (podrían ser libras). Por otro lado, si digo que peso 50 kilos, entonces queda claro, para el que conoce el sistema métrico, que peso 50 veces la unidad de medida principal de peso y por lo tanto estoy midiendo.

En el campo científico, medir tiene una concepción más amplia, que incluye el concepto de cuantificar:

Measurement: A quantitatively expressed reduction of uncertainty based on one or more observations.

Douglas W. Hubbard, How to Measure Anything

Incluso existe toda una Teoría de Medición (una medida es una especie de “mapeo” entre el objeto medido y los números), que es toda una rama especializada de las matemáticas y en la que se requiere enorme capacidad de abstracción. Pero para fines prácticos, nos restringiremos a la definición más genérica de medir, en donde el elemento clave es la “incertidumbre”: medimos para tener menos de ella.

Es importante mencionar que en la práctica existen una serie de dimensiones que requerimos analizar, no todas cuantificables en el sentido convencional, para lo cual existen las escalas de medidas <4>:

  • Nominal (solo para identificar)
  • Ordinal (básicamente para ordenar)
  • Intervalo (la mayor parte de dimensiones cuantificables se clasifica aquí)
  • Ratio (proveniente de relaciones entre más de una dimensión)

De aquí que elaborar un ranking de los lugares a los que queremos viajar es una forma de medir, así como clasificar nuestra ropa por la estación del año en la que más la usamos.

Tanto hemos avanzando en este campo, que incluso se han desarrollado metodologías para medir lo “intangible”, y por ello nos es familiar hablar de ratios de productividad, tasas de riesgo país, calidad, recordación de una marca, capacidades de innovación y hasta índices de felicidad**.

En How to Measure Anything, Douglas W. Hubbard explica que para medir algo en realidad hay que considerar 3 elementos:

  • Concepto de medición: Una medición no tiene que eliminar la incertidumbre sino solo reducirla.
  • Objeto a medir: si nos interesamos en alguna cantidad desconocida es porque sabemos que está asociada a un resultado deseado; si es detectable, debe serlo en cierto monto; si es observable en cierto monto, es medible.
  • Método de medición: existen suficientes herramientas pero nos complicamos porque asumimos que nuestro problema es único, creemos que no tenemos datos suficientes o que conseguir más datos será muy difícil.

¿Por qué necesitamos medir?

En general, los seres humanos somos muy malos estimando: ¿cuántas veces pedimos 2 minutos y nos tomamos mucho más?, ¿cuántos proyectos han demorado el doble de lo inicialmente estimado o gastaron 50% más del presupuesto original? o ¿alguna vez crees haber calculado bien la probabilidad de éxito de un proyecto de negocio?

No es que no tengamos la capacidad, sino que estamos sesgados por muchas variables, siendo la más fuerte la esperanza: creíamos que en 2 minutos resolveríamos algo, que no habrían tropiezos en el proyecto o que ahora sí iba a funcionarnos un negocio. Normalmente estimamos a nuestro favor.

En un estudio hecho en el 2013 en Inglaterra a personas entre 25 y 35 años respecto a sus hábitos para ver televisión se comprobó que lo encuestados estimaban ver entre 15 y 16 horas por semana de TV, cuando en realidad estaban 28 horas semanales, en promedio, frente a la televisión. En otro estudio efectuado en EEUU respecto a la cantidad de horas diarias de sueño los americanos decían dormir 7 horas en promedio, cuando realmente duermen 8.6 (todavía creemos que dormir menos, o parecerlo, es mejor!)***.

Medir resuelve el problema de nuestra poco desarrollada capacidad de estimar (que definitivamente se puede mejorar) y de esa manera nos da confianza. Ya sea porque empleo un instrumento calibrado o porque me baso en datos de un experto estimador, una medición nos da confianza para emplear esa información (recuerda: medir es reducir incertidumbre).

¿Para qué medimos?

Decir que la economía va muy mal no es tan claro como asegurar que el PBI caerá 40% este año por efectos de la pandemia. Detectar que he subido de peso no significa nada si no conozco mi índice de masa corporal. Un perno no me servirá para reparar un mueble si no voy a la ferretería diciendo que debe ser de media pulgada. Luego, medir nos permite comunicarnos con más exactitud (recuerda que somos malos estimando) y precisión (también tenemos problemas de consistencia) <5>.

Dicen que una imagen vale mil palabras, pero un número puede valer mucho más. Justo o no, en un examen de admisión una calificación determina si ingresarás a la universidad (y con ello tal vez toda tu carrera futura): a los encargados de estas evaluaciones no les alcanzaría el tiempo para que cada candidato exponga durante horas sus experiencias, intereses y capacidades, así que se simplifica la decisión empleando un solo número.

Un país es un sistema complejo de entender, incluso si solo nos concentramos en un campo como la economía (qué se vende, qué se compra, qué se exporta/importa, etc). Pero fuera de algunos indicadores comunes que se emplean para entender la realidad de una nación en esta materia, lo primero que mira un inversionista extranjero para estudiar la posibilidad de desembarcar aquí, es el riesgo país (1.48 en Perú al 02/06/2020 según Diario Gestión, increíblemente más bajo que Colombia y México).

Hoy hablamos de los milennials, los centennials y otros grupos cuando tratamos de explicar diferencias en los usos y costumbres respecto a determinado tema. También nos referimos a las mypes o pymes para agrupar tipos de empresa. En ambos casos estamos clasificando, que es una forma de medir también, con la gran ventaja de permitirnos reducir a categorías varios elementos. Luego, queda claro que simplificar la comunicación es otra gran ventaja de medir, que finalmente se traduce en ahorros de tiempo y energía.

¿A qué nos lleva ser más exactos o tener la posibilidad de simplificar la información? A utilizarla de manera más efectiva y por lo tanto, tomar mejores decisiones, dejando claro que también se pueden tomar muy buenas decisiones sin medir demasiado.

El otro lado

Lo hacemos hace miles de años, parece innato a nuestra naturaleza humana y nos provee varios beneficios. Hay que medir todo!

No tan rápido. Hay desventajas también.

¿Tendrá algún efecto positivo hacerle saber a un niño que no está creciendo como los demás, que sus notas en el colegio son menores que las de sus compañeros o que tiene menos juguetes que su vecino? Por supuesto que no, pero cuando medimos, inevitablemente, comparamos, y aún cuándo esto puede ser útil en ocasiones, gran parte del tiempo es contraproducente para los que están abajo de la media (frustra y deprime) como para los que están arriba (estresa mantenerse ahí).

El otro día pensaba en la maravilla de tener semáforos que te dicen cuánto tiempo falta para cambiar a verde. De esa manera podemos saber en cuántos segundos vamos a poder avanzar y nos sentiremos menos impacientes (y así planificar cada segundo de nuestras vidas…). ¿Pero saber que todavía faltan 20 segundos cuando tengo una urgencia o que en vez de los 45 segundos que considero “normal” un semáforo demore en rojo unos 180, realmente me hará menos impaciente? Hace cientos de años, solo contábamos los días o noches: ¿contar los segundos para avanzar con el auto es mejor vida?

The 4 Disciplines of Execution es una metodología para definir estrategias para mejorar la capacidad de ejecución de una organización. Uno de sus principios es concentrarse en las lead measures en vez de las lag measures <6>: las primeras se refieren a los comportamientos que nos llevarán a conseguir metas y que podemos medir de inmediato, mientras que las segundas son medidas del grado de alcance de una meta final. Por ejemplo, bajar las 3:30 horas en una maratón es una lag measure, mientras la distancia que corro por semana y el paso al que voy son lead measures.

Muchas veces nos concentramos en la meta final, que no la podremos ver hasta el día de la carrera, cuando si me aseguro de hacer bien lo que hoy puedo medir, es muy probable que alcance la meta. Luego, es clave saber qué medir.

En el mundo empresarial, es muy común la frase “todo lo que se puede medir, se puede mejorar”. Es cierto que medir nos puede ayudar a mejorar algún proceso en particular, dándonos información de dónde debemos concentrar esfuerzos. Pero medir por sí solo no puede asegurar ninguna mejora.

En Deep Work y en varias otras publicaciones del autor, se formulan fuertes críticas al email, muy acertadas a mi parecer. El email es una de las principales formas de la cultura del “busyness“, en donde lo que importa es ejecutar actividades que como todos las pueden ver, hacen parecer que estás siendo productivo (pero solo estás ocupado). Es así que es muy fácil medir cuántos emails responde una persona por día, pero es muy difícil medir cuál es su aporte real al negocio. Luego, concentrarnos en medir lo visible nos alejará de lo importante.

¿Te molesta que aparezca publicidad a cada rato en alguna página web que visitas sobre algún producto que no quieres, pero que alguna vez buscaste? Una gran empresa dueña del monopolio en ese campo ha medido antes la cantidad de visitas que has hecho a la web de ese producto y cuánto tiempo permaneciste, y por eso ha decidido mostrarte esa publicidad (lo cual beneficia a ella, a alguna otra empresa, pero no a ti). Medir no siempre es justo.

El costo de medir

Más de una vez algún cliente me ha pedido que en el servicio que le proveemos no se cometa “ni un solo error”. Al estar los servicios basados en personas, siempre he explicado que eso es imposible, pero que sí debemos poder asegurar un grado de error aceptable.

Algún otro me ha pedido que para asegurarse que no cometamos más de 1% de errores, revisemos cada transacción. Esto sí es posible, pero revisar cada transacción es volver a procesarla, con lo cual el servicio costaría casi el doble.

Medir definitivamente cuesta y medir mejor (reducir más la incertidumbre), cuesta más, pudiendo llegar a tal punto que puede ser más caro que tomar una decisión sin medir.

Es así que para medir debo tomar en cuenta obligatoriamente el costo de hacerlo, que tiene dos dimensiones: el esfuerzo requerido para obtener información y analizarla, y las consecuencias de la medición (recuerda las desventajas).

Dataism

Y es así que llegamos al la Ciencia de los Datos y toda la fiebre originada por nuestra hambre de información, siendo pan de cada día hablar de big data, inteligencia artificial, machine learning, etc.

La razón para la cual recolectamos tantos datos es para poder entender mejor el mundo y tomar mejores decisiones. Y para obtener datos estamos midiendo.

Por supuesto que es muy interesante todo este desarrollo de metodologías y tecnología, que sin duda han permitido crear grandes cosas en el mundo (debo confesar que en alguna etapa de mi vida también tuve los síntomas).

Pero como suele ocurrir en la historia de la humanidad, nos estamos yendo al otro extremo. En el segundo libro de la espectacular trilogía de Yuval Noah Harari, Homo Deus, el autor habla del Dataism o religión de los datos, según la cual la razón de ser de todas las cosas en el universo (incluyendo a los seres humanos) es recolectar, compartir, procesar, almacenar y proteger data.

Es así que muchas empresas u organizaciones públicas hoy capturan y almacenan grandes cantidades de datos de nosotros, muchas veces sin nuestro conocimiento o autorización, pero sobretodo, para obtener beneficios solo para ellos. Con todo esto ya casi se puede desaparecer la incertidumbre derivada de no medir, pero a tremendo costo.

Conclusión

Medir es útil y a veces necesario, recordando que medir no es solo cuantificar, ni es indispensable lograr tanta exactitud.

Si requerimos exactitud (o precisión), simplificar la comunicación o simplemente no confiamos en nuestra percepción, es necesario medir, siempre y cuando el costo de hacerlo no sea mayor al beneficio que esperamos obtener.

Pero como todo en la vida, el balance es una fórmula poderosa también aquí: saber qué medir y cuándo medir nos dará el equilibrio necesario para no caer en el extremo de medir de todo (ya medimos demasiado), o el de no medir nada.

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Referencias:

  1. History of Measurement – historyworld.net
  2. Matemática Incaica – Wikipedia
  3. Why does Europe use cm instead of inch? – Quora
  4. On the Theory of Scales of Measurement – S. S. Stevens
  5. What is the Difference Between Accuracy and Precision? – ThougthCo.
  6. 4DX: Lag VS Lead – Tomek’s blog

Notas:

* En la espectacular novela histórica El Espía del Inca de Rafael Dummet me enteré por primera vez de estas expresiones

** En el último estudio del World Happiness Report, Lima (Perú) aparece en el puesto 67 de 186 ciudades incluidas en el estudio (ver sección Chapter 3 – Cities and Happiness: A Global Ranking and Analysis)

***Deep Work – Cal Newport (pág. 245)