Tenemos algún sentimiento hacia todo. Juzgamos todo. Luego, los sentimientos son juicios.

La persona que se te cruza en la esquina motiva algún sentimiento hacia ti, si es que le prestas atención. La ves amable, peligrosa, simpática o apurada, pero algún juicio emites. Es solo cuando no prestas atención que puedes ser indiferentes, que de hecho ocurre cuando estás acostumbrada a algo. Por ejemplo, la mayor parte del tiempo tus hermanos te eran indiferentes cuando todos vivían juntos de pequeños, no porque no te importaran, sino porque en un momento cualquiera no necesitabas juzgarlos: no despertaban sentimientos en ti, salvo que te molestaran o te hicieran reír.

No es que esté mal juzgar. La psicología evolutiva explica que necesitamos hacerlo para saber qué es bueno o malo para nuestra supervivencia, así no queramos.

Pero el problema es que esto implica poner etiquetas a todas las cosas y personas, desde nuestro punto de vista, cuando las cosas y personas no son algo específico, intrínsecamente.

Tener la capacidad de no juzgar para ver las cosas “como son”, es decir, más puras, es algo que sería espectacular desarrollar. De hecho, hoy no todo es indispensable para nuestra supervivencia, así que deberíamos poder hacerlo.

Si sientes algo estás juzgando. Tal vez la pregunta que te ayude a ser más objetivo es: ¿merece ese objeto de tus sentimientos ser juzgado?, en vez de ¿es correcto mi juicio?. Lo segundo es siempre relativo y pocas veces necesario.

Pero como siempre, tú eliges. No te juzgo.


Suscríbete y recibe más contenido como este: