La idea de que la ética se define en función al tiempo y el espacio me parece cada vez más cierta. En resumen, nos importa más lo que está cerca, en distancia y tiempo.

La concepción individualista que hoy nos gobierna, explica por sí sola cuánto más nos importa lo cercano que lo lejano. Si quiero todo lo mejor para mí, para mi familia o para mis amigos (cerca), ya no me importa lo que pase con los demás (lejos), ni que se diga por aquellos que ni siquiera considero como “demás”, sino que creo que son de otra categoría. La única forma de cambiar esto es canjear espacio por necesidad en nuestra forma de pensar: no es quién está más cerca, sino quién necesita más.

Con lo del tiempo, creo que el problema es más complejo. En una de sus dimensiones, nos cuesta preocuparnos por los seres del futuro: como no existen todavía, es difícil visualizar las consecuencias de nuestras decisiones actuales en sus vidas futuras. En la otra (esto es lo más increíble), nos cuesta enormemente dejar de lado un premio inmediato a cambio de un mayor premio futuro. Es decir, a pesar de que la distancia es nula (yo pensando en mí), el hecho de que exista un intervalo de tiempo mayor entre una acción inmediata y un resultado esperado, cambia nuestra forma de decidir.

Respuestas positivas al “¿se siente bien?” suelen ser suficientes para determinar nuestro accionar, cuando la pregunta correcta es “¿hace bien?”. La primera pregunta sólo la podemos responder desde aquí y ahora, cuando la realidad está definida por distancias y tiempos enormes.

Se siente bien comprar un auto nuevo, comer papas fritas todos los días y ver una maratón de series por streaming. El detalle es que se sienten bien para mí y ahora, solamente. Si tenemos la capacidad de pensar mucho más allá, ¿por qué no la usaríamos?


Suscríbete y recibe más contenido como este: