Leyendo últimamente un poco a Hume y Damasio, mi mente, acostumbrada a valorar más lo racional, viene aceptando la gran influencia de las emociones en nuestros comportamientos. No es que estuviéramos por aceptar que nuestro destino era vivir al servicio de nuestras emociones, pero sí creemos hasta ahora que casi no se pueden conseguir cosas sin la intervención de ambas, razón y emoción.

Justo leía en otro lado hoy que la única manera de lograr que la gente se mueva, empezando por uno mismo, es evocar una emoción, no formular argumentos racionales irrefutables. En relación a esto pensaba que en efecto, aquello que hacemos pero que sabemos que es ilógico, igual lo hacemos porque una emoción nos conduce en esa dirección. Del mismo modo, nos cuesta dejar de hacer algo contraproducente, a pesar que sabemos de sus peligros y desventajas, porque una emoción que valoramos alimenta ese comportamiento.

La solución sería provocarnos la emoción contraria. Los seres humanos, en efecto, podemos evocar emociones sólo a partir de la imaginación, de manera que si hoy me generar alegría un vicio, podría contrarrestarlo sintiendo la hipotética tristeza que implicaría que este vicio termine en alguna enfermedad física o mental.

Asumiendo que lo anterior sea posible (porque fácil no es), aún creo que no es suficiente. Faltan los argumentos racionales que sostengan esto.

Para pasar a la acción, hay que saber, siendo que ese saber puede ser racional o emocional, aunque yo creo que debe tener de ambos. La ventaja de partir de lo racional es que esta puede generar emociones apropiadas, mientras que subido al carro de una emoción la única salida que veo es la fuerza de freno de una emoción contraria, para recién entonces subirse al carro de la razón, contemplar detenidamente el mapa y decidir qué ruta me generará las mejores emociones.

Las emociones sin duda, son las predecesoras a la acción. Lograr que la razón preceda a las emociones, o al menos converse con ellas, ya sería bastante.


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