Creo que casi todos, salvo los que están en esa industria, tratamos la basura como algo despreciable. No nos gusta cogerla, no nos apetece sacarla y cualquier cosa que ya no nos sirve va directo al tacho de basura.

No la entendemos como la parte final de un proceso, sino como la peor parte de él. La muerte tampoco es algo anhelado, pero es un fin más respetado.

Nos es relativamente fácil enviar algo a la basura. No lo pensamos muchas veces. Si estorba o lo puedo cambiar por algo más nuevo o más útil, casi en automático pensamos en basura.

Pero por otro lado está el desperdicio, término que usamos equivalentemente pero en realidad tiene otra connotación. Un desperdicio es algo que yo no tuve la capacidad de aprovechar, ya sea porque nunca lo debí tener o porque no lo supe utilizar. Un desperdicio existe por mi culpa, y aunque la basura también, creo que con el desperdicio reconozco mi mayor responsabilidad.

La basura produce aversión; el desperdicio produce pena por no haber podido hacer algo más. La basura produce la falsa sensación de estar libre de responsabilidad; el desperdicio compromete para hacerlo mejor la siguiente vez.

La basura es un triste final. El desperdicio puede ser la forma de empezar de nuevo.

No vamos a eliminar los desechos de nuestro planeta, pero podemos seguir pensándolos como basura, o empezar a entenderlos como desperdicios.

Otra vez me sorprende cómo el lenguaje con el que nos hablamos a nosotros mismos puede cambiarnos la mente, y a partir de ahí cambiar el mundo, salvo que no te importe haber desperdiciado tu paso por aquí.


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