La acción solidaria y comunitaria es la respuesta desesperada de los vecinos de América Latina, que han visto agravado su desempleo y hambre con la epidemia de Covid-19.Las ollas comunes priman sobre los escenarios políticos y sociales en las poblaciones más desfavorecidas. Así reacciona la gente ante una situación estructural donde la acción del gobierno es ineficaz.

“Hay una romantización de la pobreza en la que nosotros no queremos caer. O sea, la pobreza no es linda, las ollas comunes no son lindas. Sí, son solidarias, muy bien. Pero la pobreza es ruda, detrás de este fenómeno hay gente que pierde su orgullo y tiene que ir a pedir comida. Eso es lo que no se ve” dice Paloma Ahumada, de manera contundente mientras habla de los procesos organizativos y barriales que se han gestado en América Latina desde el inicio de la pandemia. Es socióloga y la coordinadora de @ComunOlla, una cuenta de Twitter que –en Chile– sirve de puente entre donantes, organizaciones sociales y también las ollas entre sí.

Entre el 15 y el 25 de marzo de 2020, la mayoría de los países de América Latina entraron en un período de cuarentena obligatoria en respuesta a la pandemia de Covid. Las restricciones de movimiento de meses han tenido consecuencias nefastas para la economía, la salud mental y el orden público en países con sociedadesya fracturadas. Eso, sin contar que la curva de contagios demoró más en aplanarse que en otros territorios. La emergencia sanitaria ha dejado al descubierto la desigualdad, la incapacidad de gestión, el abandono estatal y la informalidad laboral cercana al 40% en toda la región. 

El Programa Mundial de Alimentos (PMA) reveló que las consecuencias de la pandemia en América Latina han perjudicado a varios países de la región, no solo con altas cifras de contagios y muertes. Actualmente, más de 14 millones de personas sufren de “inseguridad alimentaria severa” o hambre. El impacto de COVID-19 es claramente devastador, porque en solo medio año ha aumentado en 11 millones. Aún así, hay resistencia y solidaridad para sobrevivir.

Simbolización del hambre 

Trapos rojos en puertas y ventanas en las zonas más vulnerables de Colombia; banderas blancas en comunidades peruanas; pandillas en cuarentena en favelas en Brasil; sastres comunitarios haciendo mascarillas: gente que busca la manera de sobrevivir. Donaciones, grupos de Facebook, cadenas de WhatsApp, remedios caseros que circulan por la web y grupos solidarios autogestionados.

Los habitantes de las ciudades más pobladas del continente comienzan a organizarse para atender a los más necesitados con ollas comunales. El fenómeno —que ha resurgido en tiempos de conmociones políticas, sociales y económicas— se ha convertido en parte de hitos históricos mundiales, desde la Gran Depresión en Estados Unidos hasta las dictaduras en el Cono Sur, pasando por los recientes disturbios sociales en Colombia y Chile, como reacción a la Una respuesta solidaria al hambre exacerbada por la pandemia.

Hablamos de 500 ollas reconocidas en Buenos Aires, 700 en Uruguay, 900 en Perú, 490 en Chile, 243 en Cali, Colombia y todas en paradero desconocido por su informalidad de  las mismas. Sin embargo, el tema vuelve a aparecer en las redes sociales y en las búsquedas de Google. No son comedores populares organizados, sino las ganas de levantarse un día y decidir ayudar a los vecinos que se encuentran en una situación similar o peor a la suya.

El hambre en Latinoamérica 

Argentina:

En el 2020, en pleno auge del coronavirus, Claudia Carabajal recibió un aviso por parte de la policía, quien le avisaba que habían entrado a robar en el local partidario donde montó un comedor para darle el almuerzo a unas 302 personas, en Villa Hidalgo (San Martín). En el medio de la noche, habían forzado la puerta y se habían llevado las dos ollas y todos los alimentos para el día siguiente.

Pese al hecho lamentable, Claudia trató de tomarlo con buen humor y entender que muchas personas de la zona se quedaron sin trabajo, por ende, les hacía falta alimentos. 

Durante la pandemia, las mujeres de los comedores se convirtieron en la columna vertebral que sostiene a los barrios en cuarentena. Albañiles, mujeres del servicio doméstico y cartoneros que perdieron sus ingresos dependen enteramente de ellas para asegurar un plato caliente.

Perú:

A raíz de la crisis alimentaria provocada por el alza de los precios y la crisis económica, Fortunata Palomino, presidenta de la red conjunta de ollas en la capital, exigió un presupuesto de más de 54 millones de soles, ya que el menú solo consta de un plato al día.

En Jicamarca, las señoras encargadas de las ollas comunes prácticamente imploran por los alimentos intentando que les alcance con un billete de diez soles. Lamentablemente con la alza de puestos, los vendedores ya no quieren donar alimentos como lo hacían antes.

Irene Chávez, presidenta de las ollas comunes del Perú, recorre los mercados día a día para poder encontrar algún alimento económico o apelar a la generosidad de las personas.

Ella fue quien le dijo al presidente Pedro Castillo que no quieren asistencialismo, ni bonos, ni que sus hijos sean obreros baratos, que lo que quieren es una ayuda temporal para salir adelante con su propio esfuerzo.

Chile:

El impacto del coronavirus en la economía chilena ha hecho estragos en los hogares chilenos, y en un ambiente de alta dificultad, las mujeres lideran alternativas a responsabilidades que el Estado no puede atender, pese a la posibilidad de cuarentenas restrictivas que limitan el movimiento, una clásica olla común y comida. sistemas de distribución en el hogar, son algunos ejemplos locales de alivio del hambre.

Pero los hombres tampoco se quedan atrás. En este caso, tras encontrarse sin trabajo, Manuel Vázquez se organizó, junto a su hermano Pablo, para alimentar a los más necesitados cerca de Santiago de Chile. Santa Anita, antes conocida como Che Guevara, es un pueblo con cohesión social desde el momento en que se asentó con una adquisición de tierras en 1970. Actualmente cuenta con una fuerte organización comunitaria, y la emergencia por la pandemia no es la excepción.

Vásquez -como chef- es muy consciente de las necesidades sanitarias de garantizar que no haya contagios entre vecinos y voluntarios. Así que en lugar de usar el contenedor de cada vecino, usan contenedores de un solo uso envueltos en bolsas de plástico. 

Por su parte, Paloma Ahumada de El Bosque y sus colegas ubicaron ollas cercanas y dirigieron donaciones. Comenzaron con 2, llegaron a 20 la primera semana, luego a 100 y llegaron a 490 frascos en todo el país, desde el desierto hasta el sur, incluidos dos ollas en los pueblos de Isla de Pascua.

Pablo Vásquez indica que: “El hambre no es un tema caritativo. Aquí no estamos hablando de algo que pasa por un día que no tenía para comer, sino que la mala alimentación en Chile y en Latinoamérica es una realidad y una realidad que es política. La gente se alimenta mal porque la comida es muy cara y los recursos muchas veces, por los mismos engaños del sistema, están puestos en otro lugar. Así que muchas veces se prioriza el consumo de otras cosas que no son imprescindibles, pero la gente deja de comer. O sea la diferencia entre la alimentación de una persona rica y una persona pobre en Chile, es tremenda respecto a calidad”. 

Cali, Colombia: 

Dana, una proveedora informal de jugos en una vía principal de Cali, Colombia, salió con su amiga de toda la vida, Paola, el 21 de marzo a repartir bocadillos y jugo de naranja a los indigentes que se encontrabas cerca al lugar en dobde laboraba. Luego empezaron a hacerlo en las plazas principales de la ciudad, y al observar que habían muchas personas que hacían la misma función que ellas, cambiaron de lugar y empezaron a moverse hacia los barrios más populares. “La idea es para todos, pero cuando llegas a estos lugares, puede ser abrumador. No puedo contar cuántos, porque hay tantos, así que se lo damos a los niños, si nos sobra. se lo daba a los abuelos, padres y demás”, recuerda Dana.

Dado esto nació su proyecto @La_OllaRodante que creció hasta el punto de poder ofrecer más de 14 mil almuerzo en un solo día en medio del Paro Nacional en Colombia. 

Pasaron de tener su propia olla a trabajar juntos en la Asamblea Nacional del Pueblo. En lugar de cocinar una vez al día en eventos organizados, comenzaron a servir desayunos, almuerzos y cenas a las personas en el campamento de cinco días de la Universidad del Valle, donde diferentes grupos, sindicatos y movimientos cívicos fueron a expresar su voz en Cali, lugar que fue el epicentro de la violencia que se vivió esos días. 

Fue también el caso de @FuegoPopular, un grupo de estudiantes de Manizales que se organizaron durante el paro para sumar su voz a los ciudadanos indignados y que actualmente continúan con una labor educativa, política y social, donde la comida es una excusa para estar juntos y formarse. “La olla tiene un significado pedagógico impresionante. Es un error pensar que sólo vamos a un barrio a dar comida y a devolvernos. Eso lo puede hacer cualquier político, nosotros lo que estamos intentando hacer es llevar un conocimiento y enseñarle a la gente a resistir”, afirma Ricardo Arias de Fuego Popular

Las ollas casi llenas 

Después de dos años de pandemia, la incertidumbre continúa, persisten variantes del virus y la recuperación de la crisis será lenta, al menos en América Latina. Según la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) , las cifras económicas y laborales podrían no volver a las cifras anteriores al Covid hasta 2024.

Pero ya no hace ruido. Los vecinos vuelven al trabajo y el hambre ya no es portada de los diarios. Mientras tanto, más ollas estructurales continúan funcionando.

Los representantes de las diversas ollas de latinoamérica todavía están frente a sus vecinos, hablando con las señoras que vienen a ayudar, hablan de soberanía alimentaria y molestan a quienes se niegan a ver la realidad que afecta con su presencia al 41% de la población del continente. A pesar de estar en diferentes países, quieren casi unánimemente que “la gente vea lo que se niega a ver” y hablamos de los costos de la desigualdad, la inflación, los precios altos, el abandono del Estado, la apatía y el hambre.

Además, el valor de los alimentos sigue subiendo. En Chile, por ejemplo, un kilo de carne cuesta un sexto del salario mínimo. 

En Colombia sucede lo mismo, Dana comenta que se cerró el 2021 con la libra de papas a 600 COL; y hoy, está a 2000 COL. Es decir, el kilo de papa costaba 30 céntimos de dólar y ahora está costando 1 USD. 

Dada la situación, se necesita hacer rifas, pedir apoyo por las redes sociales o a otras ollas o apelar a la generosidad de las personas para poder obtener alimentos. 

Conclusión 

Está claro que Latinoamérica se enfrenta a una crisis de hambre sin precedentes como consecuencia de la pandemia. Actualmente nos encontramos en un caos absoluto, con una crisis sanitaria acompañada de una crisis socioeconómica, pero con una situación de base que ya era compleja antes de la pandemia. 

Se estipula que para 2030 habrá 67 millones de personas que sufrirán hambre, por el impacto de la pandemia y otras crisis que afectan la región.

Pese a ello, la sabiduría de las señoras de las ollas, la olla prestada por la señora del barrio, la colaboración de los vecinos, la leña, el fuego, el agua. Todo se junta en medio de una turbulencia dirigida por el hambre, pero la solidaridad de quienes quieren un país y el bienestar de sus vecinos mejor sigue apoyando una iniciativa cuya única recompensa es personal. La ollas seguiran existiendo, algunas serán registradas o controladas y otras no, pero está claro que  en estos tiempos de crisis, violencia e incertidumbre, siempre habrá alguien con arte, cuchara de madera, sazón, mucho amor y ánimos para seguir apoyando, protegiendo y enfrentando la realidad. 

“Porque a las finales, ese mismo impulso del principio es lo que mantiene vivo un ejercicio que no aporta ningún beneficio para el que es incapaz de mirar con ojos de esperanza”. – Alejandra Ceballos. 

BIBILIOGRAFIA 

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