Nunca me han gustado los ambientes con mucha gente. Debe ser por ser por mi introversión, pero siempre he pensado que hay algo más.

Es cierto que la presencia de una determinada cantidad de personas es una señal de que algo interesante podría estar ocurriendo ahí, pero esto no es una garantía, pues de lo contrario nos sumaríamos a cada cola que viéramos en la calle, sin necesidad de preguntar por qué.

No recuerdo haber estado en una sala de teatro viendo yo solo a todo un elenco de artistas en plena actuación, pero sí comiendo en un buen restaurante con todas las demás mesas vacías. Puede tener que ver con la oferta (la cantidad total de asientos de teatro disponibles para disfrutar una función por cada 1,000 habitantes debe ser mucho menor a la cantidad de sillas disponibles para comer en un restaurante, en la mayoría de las ciudades), o con la demanda (vamos más seguido a restaurantes que a teatros), pero creo que sobretodo con el comportamiento: para elegir una obra de teatro probablemente busquemos más información que para elegir un restaurante.

El hecho es que no me pasa sólo esto con los lugares, sino con las actividades. Ya no me es tan interesante correr si todo el mundo corre, leer algo que todo el mundo lee o comer lo mismo que casi todo el mundo come. Sin duda ser el primero es seductor, pero ser de los pocos que hacen algo puede producir casi la misma sensación, con mucho menor riesgo.

Sean lugares o actividades una solución parcial está en variar el tiempo o el espacio. Ir a o hacer eso en otro momento o lugar (o ambos) puede producir grandes diferencias. Si el restaurante se llena a las 2pm, entonces yo voy a las 12pm, y si mucha gente corre en el malecón a mi hora habitual, entonces yo corro por la playa.

Pero para mí, la verdad la tiene Oscar Wilde: cuando mucha gente está de acuerdo conmigo, siento que debo estar equivocado.

Mucha gente es una buena señal de que algo está ocurriendo allí, algo que ya no me interesa.


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