Hace algunos años, creo unos 10, me podría haber muerto de trabajo. No es que en ese momento me iba a morir realmente (o al menos no lo sé), pero sí que estaba en ese camino. Vivía para trabajar en vez de trabajar para vivir. Si no fuera porque mi cuerpo me habló seriamente para advertirme, puede que no hubiera reaccionado.

En ese momento algo cambió en mi vida: ya no era solo una leyenda eso de morir de trabajo, así que decidí hacer cambios periódicos. Pero no ha sido hasta hace poco (un año tal vez) que realmente he entendido que tampoco era suficiente.

Cada día que pasa entiendo mejor por qué el trabajo no puede ser lo más importante en la vida de uno. De hecho, tal vez no exista un único aspecto más importante que los otros, sino que el problema sea justamente creer que solo un aspecto vale la pena, peor aún si ese es el trabajo.

No tengo dudas que dedicarse vehementemente y a tiempo completo a trabajar en algo para lo que uno es capaz podría generar resultados espectaculares. De hecho, el mundo necesita esos aportes. Pero aún así, es probable que a cambio nos quite gran parte de la vida, o la vida misma.

Ya no pienso morirme de trabajo, como tampoco de sueño, de ejercicio, de hambre o de amor. De algo me moriré, espero mucho más adelante, de aquello que no dependa de mí, pero sobretodo, espero haberme muerto luego de disfrutar de la vida, consciente de esto consiste en compartir con todas las personas que pueda la suerte que tengo.

De todas las muertes posibles creo que la más triste es la muerte por trabajo. Lo triste justamente es que depende de uno mismo.


Suscríbete y recibe más contenido como este: