“El” problema

Aristóteles decía que el fin último de todo lo que hacemos es ser felices, es decir, cada cosa que hacemos al final busca generar más felicidad. Leo un libro porque me da conocimiento, el conocimiento me permite tomar mejores decisiones, mejores decisiones generan mejores resultados y mejores resultados me harán más feliz. Podemos poner todo lo que queramos al medio pero por donde vayamos parece cierto que vamos a terminar la felicidad como fin último.

Tan complicado como conseguir la felicidad, puede ser definirla, porque aún cuando todos tenemos una buena idea de ella, no es fácil ponerse de acuerdo respecto a su significado exacto. De hecho, algunos proponen emplear términos distintos en vez de felicidad, como bienestar o satisfacción, y hasta existen propuestas interesante que proponen que lo que nos importe sean conceptos tan distintos con el fitness [1]En “La Gran Estafa de la Felicidad” de Jorge Yamamoto se define el fitness como la capacidad de un individuo para alcanzar el adaptamiento. En todo caso algo es cierto: siempre buscamos estar mejor, no importa cómo le llamemos.

Todos los que tenemos algún hijo canino en casa sabemos cuando nuestro engreído da muestras de sentirse bien, típicamente cuando llegamos a casa después de buen rato o cuando le servimos la comida. Nosotros le llamamos a ese estado justamente felicidad, pero es una etiqueta simplemente. No sabemos realmente si eso que siente el perro es la la felicidad como la definimos nosotros (ni si la felicidad para nosotros es la misma para todos), pero sí sabemos que debe ser algo positivo, por las manifestaciones del animalito.

Cambiando de plano, podríamos decir que el budismo plantea que en términos de felicidad no hay nada que buscar, pues la tenemos a la mano, así que por gusto sufrimos. El gran Buda decía al respecto que no es el sufrimiento aquello inherente a la condición humana, sino la insatisfacción. Como estamos insatisfechos por defecto, queremos pasar a satisfechos.

Es así que el problema se puede replantear desde el estado de constante de insatisfacción que vivimos, que se genera mayormente por la comparación contra otros (¿por qué tiene el otro lo que yo no?) [2]Esta frase de Mostesquieu es maestra: “If you only wished to be happy, this could be easily accomplished; but we wish to be happier than other people, and this is always difficult, for we believe … Continue reading, pero también se genera por autocomparación (¿por qué esto no puede ser mejor?).

El problema de la felicidad es tal vez “el” problema de nuestros tiempos, creo que en dos sentidos perpendiculares:

  • ¿Cómo podemos alcanzar la felicidad?
  • ¿Es un problema que tiene sentido?

Resolver la segunda parte podría evitarnos el esfuerzo de intentar con la primera, siempre y cuando nos sigamos moviendo sobre la concepción tradicional de felicidad. Pero si aceptamos que fuera de las etiquetas que usemos lo que queremos es estar bien, entonces tiene sentido abordar la primera pregunta, partiendo de que “felicidad” se refiere cualquier estado de bienestar.

En este artículo plantearemos una solución un poquito más elaborada a este, al parecer, tan importante problema de nuestros tiempos.

La felicidad hasta hoy

“Suma de momentos felices” era una definición simple de felicidad que cuando me empecé a preguntar sobre el tema me dejaba tranquilo. Era fácil: sólo tenía que maximizar la cantidad de tiempo en el que estaba haciendo algo que me hiciera sentir feliz. Pero luego me di cuenta que era una fórmula tan absurda como que para ser millonario se necesita mucho dinero, casi una tautología.

Sí, es cierto que si la mayor parte de nuestro tiempo nos sentimos “felices”, nuestra felicidad total será mayor. El detalle es que si esta felicidad depende de factores externos, estamos dejando al azar gran parte de nuestro bienestar. No voy a ser millonario si tengo mucho dinero solamente, sino si ese dinero mantiene su gran capacidad de compra (la inflación o devaluación, una inversión equivocada y otros riesgos podrían cambiar la situación radicalmente).

Una concepción variante a la anterior con la que me encontré luego es esto de que la felicidad se decide: si es un estado mental, como cualquier otro, uno puede decir estar feliz en cualquier momento, no importan las condiciones ni factores externos. La comparación puede ser muy útil: hoy me duele un poco la cintura pero comparado con el malestar que tenía ayer por una gripe, tengo suficientes motivos para sentirme feliz ahora. Y ayer, cuando me sentía muy mal por la gripe pude sentirme feliz, a pesar de ello, sabiendo que otras personas están sufriendo con enfermedades mucho más complicadas. Si bien en ambos ejemplos dependo de la comparación conmigo o con otros, yo elijo efectuarla adrede para generarme felicidad.

Pero decidir es más potente aún que comparar: si me enfrento a una situación complicada completamente nueva, puedo sentirme feliz con sólo saber que haré mi mejor esfuerzo para afrontarla, independientemente del resultado. Como usualmente yo decido , creo que al menos en casi todo lo importante, me vengo quedando con esta forma de pensar respecto a la felicidad.

Existe una concepción de felicidad que aprendí en paralelo y que me parece es la más popular por su simplicidad y utilidad: la felicidad es la diferencia entre la realidad y mis expectativas. En efecto, si en este momento siento la infelicidad de tener hambre, es porque ya es hora de comer (expectativa) y todavía no lo he hecho (realidad). O, en el otro sentido, si estoy esperando comer lo de siempre (expectativa) pero me sirven un plato delicioso que nunca antes he probado (realidad), me voy a sentir feliz.

Combinando estos dos últimos aprendizajes he llegado a esto: la felicidad tiene que ver con expectativas y realidad, pero como no podemos controlar la realidad, decidamos sobre las expectativas. Creo que sirve, pero hace tiempo siento que el modelo se puede mejorar.

Un nuevo modelo

Lo que aquí propondremos es una fórmula que incremente la precisión (repetibilidad) y exactitud (más cercana a la “realidad”) de las estimaciones de felicidad, tomando en cuenta además que un enfoque multidimensional.

En primer lugar, cuando simplificamos la felicidad a Realidad (R) menos expectativas (E), estamos dejando de lado algunas consideraciones importantes:

  • El tamaño de las expectativas importa y tiene un límite inferior: no voy a ser más feliz si teniendo solo un pan para comer en el día mi expectativa es medio pan en vez de un pan. Puedo controlar mis expectativas hasta un nivel mínimo.
  • La tamaño de la realidad importa y tiene un límite superior: si ya comí tres panes en el desayuno, la felicidad que me produzcan el cuarto o quinto pan es casi despreciable, incluso hasta negativa. La felicidad no es infinita.
  • No se trata de distancias, sino también de tiempo: las expectativas cambian con el tiempo, al igual que la realidad. Por un lado, si aumento una expectativa realizada y la vuelvo a alcanzar, generaré más felicidad. Por otro, no es lo mismo (R-E) por un día que (R-E) por veinte años.

La otra oportunidad de mejora está en reconocer la multidimensionalidad de la realidad: no somos sólo lo que comemos, dormimos, ganamos, jugamos, etc. Son muchas dimensiones en las que podemos o no estar felices, y aunque tal vez no enumerables todas, al menos identificables las que mayor influencia tienen.

Entonces, partiendo de la definición más simple:

F = R – E

Como el inconveniente con esta forma de definir felicidad es que implica que cumplir expectativas generaría cero felicidad, en realidad partiremos de la otra alternativa difundida:

F = R / E

Considerando el tiempo como variable clave, pues la felicidad depende de la cantidad de tiempo que podamos mantener nuestra realidad por encima de las expectativas:

F = (R / E) * t

Sabiendo que la relación realidad menos expectativas variará en el tiempo, esta sería la felicidad acumulada para toda mi vida:

donde ti es el intervalo de tiempo por el que se mantiene constante la relación actual (Ri/Ei).

Por otro lado, dado tiene sentido evaluar (Ri-Ei) en cada una de nuestras “n” dimensiones importantes con peso “p” para nosotros:

Por ejemplo, si mi expectativa en términos de dinero es ganar es US$ 1,000 mensuales pero actualmente gano US$ 500, puedo decir que estoy 50% feliz. Por otro lado, en la dimensión académica, claramente cualitativa, podría usar valores como 100% para el postgrado que quiero tener en algún momento y 75% para el título de ingeniero que ya conseguí (50% para el bachillerato, 25% por terminar la secundaria), que implica estar 75% feliz en la actualidad. Por el intervalo de tiempo de este ejemplo, que asumamos dura un año (y todo los cálculos los haga con el tiempo en años),  y considerando que el aspecto económico y el académico me importan igual, mi felicidad será igual a 0.5×0.5 + 0.75×0.5 = 0.625 unidades de felicidad-año.

Confieso que estuve intentando incorporar en la fórmula el efecto del tamaño de las expectativas y no me fue posible. Pero como creo en lo de que a veces el esfuerzo es innecesario, encontré una salida simple a manera de restricción: las expectativas deben ser razonables.

Una versión de esta salida es que nuestras expectativas se basen en la comparación con los valores que normalmente consiguen las personas de nuestra sociedad en cada dimensión: si el 80% de los salarios en mi ciudad están entre US$ 300 y US$ 2,000, es razonable que estos valores marquen el mínimo y máximo de nuestras expectativas. El único problema es que lo común no es necesariamente lo mejor.

La otra versión de la salida pasa por un análisis interno a conciencia: no es razonable pretender que mi expectativa mínima de vivienda sea la calle, ni lo es que mi expectativa máxima sea vivir en una casa de cincuenta millones de dólares.

Es importante tomar en cuenta los efectos en los extremos: hay niveles de expectativas por encima de los cuales mejores realidades ya no producen más felicidad, del mismo modo que niveles de expectativas por debajo de los cuales ya no se puede ser menos feliz, pero esto se acota definiendo felicidad máxima y mínima con 100 y 0 respectivamente [3]La fórmula tendría que actualizarse a Max (100, R/E), para los más matemáticos.

Finalmente, está el efecto de las expectativas crecientes en el tiempo: es cierto que las expectativas suelen aumentar en la medida que las vamos consiguiendo, con lo cual, hasta determinado nivel, la expectativa Ei depende de E(i-1). Esto no tendría que modificar la fórmula, solo es una consideración a tomar en cuenta.

¿Cuánta es tu felicidad?

Si estabas pensando calcular tu felicidad usando la fórmula anterior, por favor olvídalo. La intención de esta fórmula era resumir una forma de entender la felicidad solamente. Hay fórmulas que sirven para hacer cálculos y otras para pensar. Esta es de las segundas, espero.

Este modelo puede ser de utilidad para:

  • Entender que efectivamente la felicidad parece depender de tu realidad y tus expectativas, pero también del tiempo durante el que se mantenga esa relación
  • Si bien todas las dimensiones cuentan, siempre hay dimensiones que influyen mucho más en tu felicidad (Pareto)
  • Tus expectativas deben ser realistas
  • Tus expectativas suelen aumentar en el tiempo, pero sólo hasta determinado nivel. Por eso tal vez sea mejor entender Ei como tu expectativa “hoy”.

Del objeto al sujeto del deseo

Alguien decía que aquel objeto de deseo que toma nuestras energías es justo aquel que está debajo de una roca que no podemos levantar. Si la levantáramos fácilmente no desearíamos tanto lo que está debajo y seguramente nos preocuparía el objeto de la siguiente roca, más alejada o más pesada.

De hecho, según la teoría del deseo mimético, los seres humanos en realidad no deseamos realmente un objeto por sus características, sino porque imitamos el deseo de un intermediario. Somos tan socialmente dependientes que lo que verdaderamente importa es lo que piensen los demás, particularmente alguien que represente una referencia aparentemente confiable. Por esto parecen funcionar tan bien los influencers en estas épocas, justamente cuando se trata de que muchas personas copien su comportamiento de consumo.

De ser como lo propone el deseo mimético, la felicidad dependería de otros individuos, en la medida que al menos las expectativas se regirían por esto. Personalmente creo que uno puede aprender a controlar el proceso de definición de sus expectativas, incluyendo la independencia de lo que piensen otros. Lo más probable es que sí haya dimensiones en las cuales es más económico dejarse llevar por el sentido común (en este caso, la inteligencia comunitaria), pero siempre hay aspectos en los que vale la pena el esfuerzo de exploración individual.

Finalmente, si las expectativas dependen de otros individuos o de nosotros mismos (también individuos), el problema de la felicidad no está en los objetos del deseo, sino, como más o menos explicábamos, en los sujetos que desean, o sea nosotros mismos.

Referencias:


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Notas

Notas
1 En “La Gran Estafa de la Felicidad” de Jorge Yamamoto se define el fitness como la capacidad de un individuo para alcanzar el adaptamiento
2 Esta frase de Mostesquieu es maestra: “If you only wished to be happy, this could be easily accomplished; but we wish to be happier than other people, and this is always difficult, for we believe others to be happier than they are.
3 La fórmula tendría que actualizarse a Max (100, R/E), para los más matemáticos