Ella quería poder vestirse sola y comer sin ayuda de sus padres. Renegaba al no poder ponerse sola todas las prendas y había comidas que era muy difícil mantener en el tenedor. Pasaron algunos meses y finalmente lo consiguió: era independiente de ayuda.

Años más tarde quería poder salir a jugar con sus amigos sin que la cuidaran sus padres. Estos, preocupados por seguridad, demoraron un poco, pero al final empezaron a dejarla salir sola, hasta determinadas horas: era independiente de custodia.

En sus paseos con sus amigos notaba que necesitaba dinero para adquirir sus propios bienes. Aprendió del trabajo como medio para esto, pero los primeros que consiguió no le alcanzaban para cubrir todo. Le tomó varios años de trabajo ganar una cantidad de dinero que le permitiera vivir sola, y así lo hizo: era independiente de vivienda.

Su carrera profesional avanzó positivamente, producto de su esfuerzo, pero ningún trabajo le llenaba. Sentía que hacía casi todo por obligación, no por interés, así que decidió emprender y así dedicarse a trabajar en lo que realmente quería. Fue duro al inicio y tomó años lograr alguna estabilidad económica, pero ahora sí: era independiente de trabajo.

Sin embargo, aún teniendo una empresa propia había muchas tareas que no le gustaban, aunque necesarias para el funcionamiento de la compañía. En su vida personal también tenía compromisos que cumplir que la hacían sentir atada, que ya ni sabía cuándo ni por qué los asumió.

Un día, paseando por la playa y luego de pensar en toda su vida, entendió todo: de lo único que había que ser independiente era de su mente, pero sobretodo, que como cualquier lucha por la independencia, es por toda la vida, por no decir cada instante, empezando por ese.

Ser independiente es una decisión que se toma cada minuto de la vida.


Suscríbete y recibe más contenido como este: