Hace tiempo me parece enormemente útil la analogía entre el funcionamiento de nuestro sistema digestivo y nuestro sistema de pensamiento: una idea es un tipo de alimento que ingresa, se procesa y finalmente se puede convertir en algo útil. Pero la fase que más viene asombrando últimamente es la digestión: ya ingeriste, ya masticaste pero para que algo pueda ser aprovechado necesitas transformarlo en una sustancia procesable por las siguientes etapas.

Exponer una idea o conversar acerca de ella pueden ayudar con el desarrollo y elaboración de la misma, pero tengo la impresión de que no son tan efectivas como escribir. Del mismo modo que luego de comer es mejor reposar para que casi toda la energía del cuerpo sea usada por el estómago en la digestión, una idea ya masticada necesita un momento en el que casi toda la energía del cuerpo vaya al cerebro para asimilarse. Exponer o conversar requieren energía para prestar atención a la otra parte y para hablar, de manera que no queda tanto para digerir.

Alguno podría decir que un momento para pensar una idea sería también suficiente para digerir, pero nuestra capacidad de retención es tan corta que a veces nos perdemos en el camino sino dejamos huella con las palabras.

“Escribir es digerir” es una frase que leí hace poco y aunque hice el esfuerzo, no recuerdo dónde ni de quién. Que me disculpe el autor por mi memoria, pero así como importan más los nutrientes que le productor de un alimento, no podía desaprovechar la oportunidad de “digerir” esta nutritiva idea y recomendarles que la prueben, pues no tiene sentido comer sólo para llenarse.


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