Es natural preocuparnos por el bienestar de nuestra familia, muy fácil preocuparnos por el de nuestros amigos y más que común preocuparnos porque los demás miembros de nuestra comunidad vivan bien. No es tan automático preocuparnos por los que viven en el otro extremo del mundo y no tienen una relación con nosotros. A más distancia, menos nos importa.

Es típico vivir pensando sólo en el presente, ya no digo el nuestro, sino el de la humanidad. Estamos al tanto de casi todo lo que pasa, tal vez más de lo que deberíamos, pero muy concentrados en lo último, lo reciente, tanto que casi nos olvidamos de todo lo que ha vivido antes la humanidad y de las condiciones que generaremos para que siga existiendo en el futuro. A más tiempo, menos nos importa.

Por todo esto yo creo que en efecto la ética (E) es una función de la distancia (d) y el tiempo (t). Pareciera que con ampliar nuestro espectro de valores de d y t solucionamos la capacidad de la función de ética E para resolver problemas de este campo. El detalle es que tal vez no tengamos idea o no podamos concebir un rango de valores suficiente para realmente entender.

Tal vez la ética no deba ser una función de la distancia y el tiempo, como hemos terminado concibiendo, sino deba ser una constante que nos permita entender que todos somos uno solo, el mismo, y que la realidad es una sola. Si pensáramos así, no sólo nos importaría hacer lo mejor para aquel hermano que vivirá en Marte en 3,000 años adelante, sino que haríamos lo mejor para los animales, los meteoritos y la máquina de inteligencia superior que tal vez vivan mucho más tiempo que nosotros en este universo.

Tat tvan asi (“tú eres eso”), es una de las ideas más potentes de la filosofía védica. Creo que necesitamos más de esto, que no es otra cosa que necesitar menos de todo lo demás.


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