Esto va aquí; esto va allí; y esto otro va allá.

Tendemos a clasificar casi todo lo que se nos presenta. De hecho, la asociación es una de las grandes capacidades de nuestra mente. Y tiene sentido: es eficiente generar categorías para ahorrar tiempo al procesar información. El problema es que eficiencia no implica efectividad, menos precisión y peor aún exactitud.

Así como las categorías simplifican bastante el esfuerzo necesario para entender algo, usualmente limitan también nuestras capacidades de distinción, sobretodo cuando además simplificamos las dimensiones. Todo remedio tiene contraindicaciones.

Podemos clasificar una comida por su sabor, pero estaríamos dejando de lado su valor nutricional o qué tan bien la digiere nuestro organismo. Podemos clasificar una idea por su novedad, pero nos estaríamos olvidando de su factibilidad de ejecución o de su facilidad para transmitirse. Solemos clasificar a las personas por su personalidad, pero todos sabemos que la cultura y el contexto definen también su identidad.

El otro gran problema es que luego de clasificar normalmente sigue el juzgar. Creadas las categorías, casi siempre terminamos teniendo preferencia por algunas o aversión a otras, con lo cual nos alejamos aún más de la objetividad y con ello de nuestras posibilidades de conocer y decidir.

Entonces, si es conveniente clasificar, al menos vale la pena pensar en las dimensiones.

Y no es necesario juzgar. Tal vez, a veces, solo decidir.

Nada va aquí, ni allí, ni allá. Todo está acá, en tu mente.


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