Acabas de aprender algo nuevo, tan interesante y aparentemente útil que lo guardarás como secreto hasta poder sacarle el máximo provecho. Es enormemente probable que alguien más ya lo haya descubierto, muy probable que no seas tú quien pueda aplicarlo efectivamente, y algo probable que dejes de existir y nadie más se entere.

Las únicas razones que se me ocurre que justifiquen no compartir algo aprendido son: que no lo hemos entendido tan bien todavía como para poder transmitirlo, o que tengamos dudas sobre el valor que pueda generar. Investigar y pensar un poco más al respecto suelen resolver estas objeciones.

Pensaba en que a veces las personas no somos muy abiertas al aprendizaje. Entonces, ¿por qué te gastarías en ayudar a una persona que no está interesada en aprender? Porque es tu responsabilidad intentarlo, mientras que ya es su responsabilidad lograrlo (esto último no creo que aplique para los niños).

Por todo esto creo que aprender implica responsabilidad. Por un lado, la de transmitir tus conocimientos a otras personas a las que podría serles de utilidad o interés. Por otro, la de escuchar a aquellos que vivieron antes que uno para construir mejores ideas a partir de su legado.

Pero creo también la primera responsabilidad que tenemos es la de aprender.

Escuchaba recién que son dos las formas de generar conocimiento: la biológica, propia de la evolución natural y por lo tanto de todas las especies, y la intelectual, propia de nuestra privilegiada especie. La primera forma necesita cientos o miles de años para producir algo, mientras la segunda puede hacerlo en minutos, a veces horas y una que otra en años.

La evolución intelectual necesita ambos elementos: aprendizaje y responsabilidad.


Suscríbete y recibe más contenido como este: