Recuerdo haber dicho de niño que estaba aburrido cuando no tenía algo entretenido que hacer durante mis vacaciones. Si no había nada en la tele, mis amigos no podían salir a jugar o ya me había cansado del último juguete, me sentía aburrido. No sabía hacer nada más, así que ante falta de estímulos, me aburría, pero creo haber soportado algunas horas a la semana en ese estado.

Hoy en día, de niños o adultos, difícilmente nos aburrimos. No sólo probablemente estamos más ocupados que antes, sino que es mucho más fácil cambiar a estímulos más atractivos usando la tecnología. Entre reunión y reunión, clase y clase, o capítulo y capítulo de una serie, es muy fácil llenar los espacios con algún estímulo digital. Es más, dentro de la misma reunión, clase o capítulo, es común y sencillo cambiar temporalmente a algo más entretenido.

Es como que le tenemos pánico al aburrimiento, muy probablemente porque ya casi no lo sentimos.

Pero estar continuamente estimulado es como comer casi todo el tiempo. En vez de las tres comidas de siempre, ahora picamos las papitas de a poquitos, todo el día. Si no son papitas sino comida balanceada sí vamos a poder vivir así mucho tiempo, pero esto tiene dos graves consecuencias.

La primera es que nunca más disfrutaremos de las tres buenas comidas, que en el caso de la mente serían experiencias enriquecedoras que nos alimenten y sacien por buen tiempo.

La segunda, que a mí me aterra, es que nunca más sentiremos hambre, la más fuerte motivación para seguir “comiendo”, disminuyendo a su vez la capacidad de disfrutar la siguiente comida.

Comer todo el tiempo (peor si chatarra), o dejar que el cuerpo (mente) procese, le dé hambre y coma con más ganas. ¿Son si quiera comparables?


Suscríbete y recibe más contenido como este: