El lenguaje conduce el pensamiento, pero el pensamiento a su vez define el lenguaje. Son como el vehículo y el conductor: uno necesita al otro, siendo que un buen conductor estará limitado sin un buen vehículo, y un buen vehículo no vale la pena sin un buen conductor.

Ocurre pues con los idiomas que todos te pueden llevar de un lugar a otro, pero a veces por distintos caminos y con diferentes maniobras. Se manejan distinto.

Y justo hablando de dirigirse a algún sitio pensaba que en inglés existen dos términos para los que en español llamamos “destino”: fate y destiny. De hecho, si nos vamos más atrás, ambos términos vienen de las voces latinas fatum y destinare, pero basta con el inglés para explicar la maniobra.

Se utiliza fate para referirse a algo más rígido (fatum significa “aquello que ya fue dicho”). Alguien, usualmente un dios, ya escribió tu historia, y como no la conocerás por anticipado, te tienes que dejar llevar nomás.

Por otro lado, destiny da la idea de que en efecto existen eventos predeterminados en nuestras vidas, pero nada tan rígido como para no poder ser cambiado. Destiny nos da esperanzas e incluso nos motiva a luchar por cambiar ese destino, si es que realmente estuviera escrito.

Es como cuando vas haciendo turismo por la naturaleza o visitando algún sitio arqueológico: los caminos ya están trazados y todos saben cuál es la zona que no puedes dejar de visitar (fate), pero siempre se puede tomar otra ruta y tomarse la foto en un sitio distinto (destiny).

Puedo estar exagerando con la simplificación pero con lo que creo que me quedo corto es con resaltar lo que importa aquí: ya sea que creas en un destino rígido (fate) o un destino flexible (destiny), o incluso no creas en el destino, ¿sabes qué es lo que importa? Que tienes algo por delante, que puedes dar el siguiente paso.

Solo puedes controlar, como máximo, tu siguiente paso. Es tu destino.


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